Por qué nos encanta la cultura japonesa

Breve historia de la fascinación occidental por Oriente


Mucho hemos oído de los devastadores efectos del terremoto y tsunami que asolaron a Japón en marzo de este año, efectos que incluyen una crisis humanitaria como no se había visto desde la Segunda Guerra Mundial en aquel país. Sin embargo, también sabemos que hay distintas iniciativas, privadas y de diferentes comunidades internacionales, destinadas a ayudar a la población civil a través de organismos como la Cruz Roja Internacional y la Red Crescent Society, lo que da a un evento como este una dimensión global. Para la comunidad involucrada en la industria de los videojuegos, esta tragedia tiene un elemento emocional que no podemos dejar de notar.

Lo primero que muchos de nosotros pensamos de Japón fue que era el lugar de donde venían juegos como Mario Bros., Legend of Zelda y Donkey Kong; la casa de Nintendo, una gran escuela de ninjas, un destino de sushi y templos budistas. Después crecemos y aprendemos que es una isla en el extremo oriente del continente asiático con un desarrollo tecnológico sin precedentes, promotor de formas de entretenimiento nunca vistas y un sitio hacia donde los occidentales han mirado con fascinación desde hace siglos. El componente emocional, por fortuna, no se queda simplemente en buenas intenciones: hace ya varias semanas que se han hecho subastas y llevado a cabo proyectos de organizaciones como Play for Japan, Games for Japan Relief, Sony a través de PlayStation Network, Healing Pack, Zynga.org con Lady Gaga, el evento Grasstream y más recientemente, Gamers Heart Japan, todos para conseguir fondos destinados a la recuperación de la población japonesa.

Lo primero que muchos supimos de Japón
Lo primero que muchos supimos de Japón

Existen juegos extrañísimos como Muscle March, Densha De Go o Aquazone que a veces me parecen una especie de versión humorística de cómo los japoneses ven los títulos hechos en Estados Unidos, como si creyeran que de este lado del mundo todos son vaqueros y soldados (aunque acá muchos aún piensan que allá todo se trata de samuráis y sushi...). La historia de la distancia entre Oriente y Occidente recuerda a los viajes de Marco Polo y la extrañeza que en las cortes italianas provocaban sus historias de la Gran Muralla o la cena del Emperador, compuesta de tigres y osos.

La literatura japonesa no es menos interesante que los videojuegos y la comida: más allá del haikú y el koan, Japón ha dado algunos de los novelistas más importantes de los últimos años, como Yukio Mishima, Kenzaburo Oé (premio Nobel de Literatura en 1994) y más recientemente, Haruki Murakami. En el cine, Quentin Tarantino hace múltiples referencias a las películas de samuráis (en un eclecticismo que no a todos les gusta) en la saga Kill Bill y Sofia Coppola ilustra en Lost in Translation la soledad cultural que puede sentir un viajero en el país oriental, así como la fascinación por un mundo tan parecido y a la vez tan distante.

Sea como sea, Japón ha sido una mina de creatividad e inspiración para los amantes de los videojuegos; Miyamoto y Kojima, por hablar solamente de dos figuras de primer orden, siguen trabajando después de haber revolucionado géneros y juegos, y de haber creado algunos de los personajes más entrañables de nuestro pasatiempo favorito, como Mario, Luigi y Solid Snake. Esto puede explicar el surgimiento de tantas iniciativas humanitarias destinadas a Japón provenientes de la industria de los videojuegos; no es que una tragedia en Japón sea más indignante que en otro lugar del mundo, pero hay un indudable vínculo emocional con esta industria en particular. Los recientes desastres en la isla mostraron la capacidad de la industria para organizarse en torno a proyectos importantes a nivel humanitario, y sería de esperarse que en el futuro pudieran continuar trabajando en otras causas. Esta experiencia muestra un lado de los videojuegos que no parece tan explorado: la consciencia de que no jugamos solamente con máquinas, sino que hay gente detrás de toda esa tecnología.

[p]Japón necesita la ayuda de la comunidad internacional, y si bien es cierto que la situación es inestable, esta mañana leí en Twitter algo que, creo, sintetiza perfectamente la actitud japonesa:

[/p]

“Los japoneses tuitean de la primavera más que [de] la contaminación radia[c]tiva.”

Después de todo, Hanami, la fiesta de los cerezos, tiene lugar precisamente en abril, un mes que lejos de ser cruel, promete renovación y renacimiento.

Los cerezos, lo efímero de la vida
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