Jugar en serio

Videojuegos en la adultez y el derecho al ocio


J. Knoxville, un "hombre maduro"
J. Knoxville, un "hombre maduro"

Esta división entre entretenimiento prestigioso y no prestigioso es muy visible en el cine: entre el "cine de arte" y el "cine comercial" no hay diferencia de formato, pero hay cierto prestigio en ver cine de Ingmar Bergman, mientras que no hay prestigio en ver cine de Jhonny Knoxville. ¿En qué consiste este prestigio? En el prejuicio de que mientras menos gente entienda de algo, más listo es uno por entenderlo.

Los videojugadores se ponen en esa perspectiva en ocasiones. Es el efecto de cualquier lenguaje o conocimiento especializado: todos los que no lo entienden son diferentes a nosotros en un sentido radical; son, casi, nuestros enemigos. Es un mutuo sistema de descalificación entre la comunidad de videojuegos y la sociedad: la gente los ve como una amenaza, con una especie de grupo demasiado inteligente pero peligroso, "diferente" (porque todo lo diferente es peligroso), mientras que los videojugadores les regresan el golpe ostentando la superioridad de sus conocimientos tecnológicos, conocimientos que no se refieren únicamente al ocio, sino que dan forma al mundo hipertecnológico en el que vivimos.

¿Cómo resolver este esquema? ¿Nos comportamos todos, tanto los videojugadores en ocasiones como la gente que dice que somos adultos infantiles, como personas inmaduras? ¿Qué nos vuelve personas maduras?

Perspectivas sobre la madurez

Para la tribu polinesia de los squid'is, la frontera que separaba a los hombres de los ancianos venerables era representada en un ritual donde el anciano se disfrazaba de mujer y servía un banquete para toda la aldea, luego de lo cuál se comportaba como niño y jugaba con los más pequeños: la sabiduría, para este pueblo, residía en poder atravesar todas las fases de la vida humana, y este ritual era su prueba máxima. Con esta historia quiero decir que la vida en sociedad está determinada por factores subjetivos para cada cultura. En la que nosotros vivimos, una persona "adulta" y "madura" debe ser responsable de sus actos, debe ser solvente económicamente, debe tener una opinión propia, etc. ¿Estarán estos factores peleados con el derecho al ocio y, en particular, con el consumo de videojuegos?

Algunas campañas publicitarias utilizan el prejuicio contra los videojugadores como motivo de orgullo
Algunas campañas publicitarias utilizan el prejuicio contra los videojugadores como motivo de orgullo

Jugar en serio

El asunto particular de los videojuegos es que son una forma de entretenimiento muy reciente, frente al que mucha gente siente indiferencia más que curiosidad. Con unos 40 años de vida aproximadamente, es más joven que el cine, la televisión, el radio y mucho, mucho más joven que el teatro, la pintura y la literatura. Sin embargo, el entretenimiento digital es una forma de arte que echa mano de todas estas disciplinas y aprovecha lo mejor de ellas. ¿Entonces, de dónde el prejuicio? Es mi parecer que probablemente el prejuicio parta del nombre mismo: "videojuegos".

Relacionamos el jugar directamente con un estado infantil, con "fingir que se hace algo". Pero está un poco más "aceptado" socialmente ser fanático deportivo que de videojuegos, ¿por qué, si también decimos que ellos "juegan" futbol/basketball/hockey, etc.? Porque los videojuegos siguen pareciendo a los ojos de la gente simplemente juguetes. La asociación a partir de aquí no es difícil de seguir: un hombre "maduro" que "juega" con "juguetes" es un hombre extraño, que seguramente tiene las más innombrables perversidades en su desarrollo psico-sexual y debe ser proscrito a toda costa. Incluso algunas revistas dirigidas a hombres adultos jóvenes se refieren a los gadgets como "juguetes para hombres". A pesar de que las computadoras y las consolas no son juguetes, no pasa nada si tomamos por buena esta definición: sí, mi computadora es un juguete, un juguete maravilloso por el cual me divierto, conozco historias y me relaciono lúdicamente con gente que comparte los mismos intereses que yo.

Existen incluso ramas de la investigación académica como la ludología que se encargan de estudiar a los videojuegos desde el punto de vista de las ciencias sociales, las humanidades y la informática. La tarea de los ludólogos es, por ejemplo, determinar el apego de Link al objet petit a lacaniano (el objeto ausente del deseo) que se debate entre la trifuerza y Zelda, o comprender el auge de los simuladores militares en una sociedad hipertecnológica expuesta a formas de violencia mediática extrema. Ellos se toman la tarea de jugar muy, muy en serio. ¿Y cuando jugamos, no jugamos en serio nosotros también?

Y aunque puedan existir casos extremos de locura relacionada con la cultura del entretenimiento digital (los hikikomori japoneses, adolescentes que se recluyen de su núcleo social por largos periodos de tiempo), la realidad es que ese no suele ser el caso general. Mis amigos mayores de 30 años, para poner un caso cercano, juegan videojuegos en su tiempo libre después de trabajar; uno de ellos juega Need for Speed con su novia (y que nadie lo sepa, pero ella sabe manejar un McLaren F1 mucho mejor que él); otros se juntan para jugar Rock Band; otros juegan Wii Sports durante las fiestas y aún otros dejaban ganar a sus hijos en Super Smash Bros. hasta que ellos comenzaron a ganarles.

Thrall odia a los farmers
Thrall odia a los farmers

Lo que podemos hacer para disminuir este prejuicio es ser un poco más pacientes con quienes están menos relacionados que nosotros con la tecnología. ¿Por qué no tratar de educar poco a poco a nuestra familia y nuestros amigos para que ellos también disfruten algo que nosotros disfrutamos y nos parece muy natural? Yo sé que puede ser difícil en ocasiones ("¡Me mareo cuando juegas tus cosas de soldados!", "¡Esto tiene muchos botones!", "¡Ya me mataron, mejor te veo!";), pero hay que repetirnos siempre el proverbio del Tío Ben: con un gran poder viene una gran responsabilidad. Como videojugadores no sirve de mucho exigir que la sociedad reconozca nuestro pasatiempo, pero tal vez podríamos mostrarnos un poco más tolerantes con ellos. Somos adultos responsables y disfrutamos de una forma increíble de entretenimiento, no hay nada qué esconder en ello. Tal vez deberíamos empezar a aprender de la sabiduría de grandes maestros como Thrall o Yoda y tratar de compartir un poco de las muchas horas de diversión que nos da nuestro pasatiempo favorito con aquellos que, pobres de ellos, no saben de lo que se pierden.

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