El origen de las leyendas del desarrollo

Historias de éxito en los videojuegos


A lo largo de las últimas semanas hemos diseccionado con lujo de detalle el desarrollo del videojuego como proceso y también la receta académica y profesional a seguir, si se aspira a formar parte del mundo del entretenimiento electrónico. Sin embargo, eso no explica cómo construyeron su camino quienes ya destacan en dicho ámbito.

Figuras de la talla de Todd Howard (Skyrim) o Hideo Kojima (Metal Gear Solid) se nos presentan como seres distantes, casi como deidades pixeladas cuya reputación es innegable y no tuvo inicio ni tendrá fin. Pero no podríamos estar más equivocados. Ninguno de ellos nació siendo protagonista en la escena del entretenimiento electrónico y, por más difícil que esto pueda parecer, cuando jóvenes, la mayoría compartió rasgos de personalidad que resultan muy familiares para quien sea fanático de los videojuegos: desde la timidez, hasta la incomprensión, pasando por la incertidumbre profesional y los tropiezos, en ocasiones numerosos.

Naturalmente, hay casos donde el talento floreció desde muy temprana edad. Hablamos específicamente de biografías como la de Cliff Bleszinski (Gears of War), quien hizo su primer juego a los 11, o Will Wright, creador de The Sims.“Él solía ser muy curioso, inventivo, le interesaba todo. En la medida en la que iba creciendo, empezó a construir robots,” recuerda con nostalgia la mamá de Wright.

Pero hay otros que dan cuenta de las características más tradicionales de la niñez, como la historia de Ken Levine, la mente detrás de BioShock, quien se describe a sí mismo como un chicuelo tonto de siete años, cuya popularidad era limitada, por decir lo menos. “Era el único niño judío de mi salón y en aquel entonces tenía un notorio impedimento del habla. Así que, como podrán imaginarse, era muy popular.”

“En Hanukkah de 1978, mis papás soltaron una bomba sobre mí: un Atari 800. Por los siguientes dos años pasaría cada fin de semana explotando asteroides, saltando precipicios y matando alienígenas” —Ken Levine—
“En Hanukkah de 1978, mis papás soltaron una bomba sobre mí: un Atari 800. Por los siguientes dos años pasaría cada fin de semana explotando asteroides, saltando precipicios y matando alienígenas” —Ken Levine—

En el mismo canal se encontraba Tim Schafer, creador de Grim Fandango y Brütal Legend, quien era fanático de LEGO y reconoce que no alguien “socialmente avanzado” [sic]. “Supongo que, como no tenía muchos amigos, eso era lo que hacía a los videojuegos tan importantes. Juegan contigo y lo puedes hacer todo en solitario.”

Curiosamente, para Hideo Kojima esos años “maravillosos” tampoco fueron muy sociales. Sus padres nunca estaban y vivió buena parte de su infancia en la soledad, alimentándose sólo de lo que veía en la televisión, al grado de que hoy confiesa su necesidad de encenderla tan pronto llega a un cuarto de hotel para mitigar la incómoda sensación de vacío.

En contraste y quizá como muchos imaginan, el desarrollo temprano de Shigeru Miyamoto no estuvo marcado por traumas y segregación —al menos que él haya develado—, sino más bien por una imaginación aventurera que lo llevaba a divagar por los confines de la fantasía y la exploración de su entorno, algo que tuvo y aún tiene un gran impacto en su perfil como desarrollador, pues incluso Zelda es una viva muestra de las aventuras personales de Miyamoto cuando era niño y se perdía en los bosques de su natal Sonobe, en busca de los secretos ocultos en cuevas y montañas.

Al fondo, el pueblo de natal de Shigeru Miyamoto y al frente, sus primeros años en Nintendo (sí, le gustaba tocar el banjo)
Al fondo, el pueblo de natal de Shigeru Miyamoto y al frente, sus primeros años en Nintendo (sí, le gustaba tocar el banjo)

Ya fuera por el rechazo, la soledad o el talento innato, lo cierto es que las condiciones de niñez de varios de los desarrolladores aquí expuestos los condujeron a buscar refugio en formas de entretenimiento comunes y que alimentaron su creatividad, como el dibujo, la historieta, el juego de mesa o el cine. “Cuando era niño, no hacía otra cosa que no fuera dibujar caricaturas o hacer marionetas (…) pero entonces entré a la secundaria y fue ahí donde me interesaron más los cómics,” rememora Miyamoto y agrega que le hubiera gustado tener de pretexto alguna enfermedad no grave para estar encerrado en el hospital por varios días y dedicarse sólo a sus trazos.

Aunque desde una perspectiva occidental con Spider Man como eje, Levine también compartió el gusto por el cómic: “Cuando mis pequeños compañeros de clase aprendían cómo tocar la batería, fumar o quitar sostenes, yo llegaba a la conclusión de que menearse por Manhattan en un disfraz rojo y azul sería genial. Los cómics eran mi escape, mi droga. Amo cómo los cómics me dejaron darme un chapuzón en el mundo adulto desde una distancia segura.”

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