Los videojuegos, la enfermedad y la muerte

Cuando el entretenimiento digital nos ayuda a aliviar el dolor


Es fácil subestimar la milagrosa simpleza de disfrutar un videojuego sin problemas. Nos sentamos en el sillón o nos tiramos en la cama, tomamos el control con nuestras manos completas y disfrutamos con los ojos las repercusiones de nuestras acciones en la pantalla. No hay dolor. Salvo las ampollas que provocaban los minijuegos de Pokémon Stadium y las inusuales molestias por mala postura, los juegos de video son horas felices frente a una pantalla.

Como los buenos libros, también pueden convertirse en recordatorios de tiempos difíciles. La memoria es mucho más que imágenes del pasado: está compuesta por sonidos, olores y sensaciones táctiles. Por ejemplo, en mi reciente operación (tenía litiasis vesicular), mi cerebro recordó —no pregunten por qué— durante el proceso de recuperación, la canción Doctor Psiquiatra de Gloria Trevi. Suena risible, pero imaginen pasar una noche entera escuchando en su cabeza pedazos de la canción, sin parar, mientras tienen el abdomen hinchado por la intervención quirúrgica y su estado de conciencia está alterado por la anestesia. Sobra decir que escucharla, independientemente de que mis gustos musicales no son compatibles, me trae recuerdos muy desagradables. Como escribí más arriba, puede ocurrir exactamente lo mismo con un videojuego —por algo Twilight Princess es de los pocos zeldas que sólo he terminado una vez—.

El fallecido James Payne fue inmortalizado como personaje de Total War: Rome II
El fallecido James Payne fue inmortalizado como personaje de Total War: Rome II

Así, por culpa de un oscuro truco de la evolución, nuestros cerebros recuerdan con intensidad los tiempos más difíciles que hemos sufrido. Los videojuegos, siempre fieles compañeros, han estado a nuestro lado mientras nos recuperamos. Nos distraen, aunque después sean un recordatorio de tiempos funestos. No voy a comenzar una disertación sobre lo que significa el dolor, pues apenas puedo concebir el escenario que me planteó un amigo de Monterrey en Twitter: luego de ser atropellado, pasó un año en recuperación en el hospital. ¿Qué haríamos con todo ese negro tiempo que no sea volcarlo en los juegos, libros y otras obras creativas?

Los estados de felicidad y sufrimiento no tendrían sentido sin algo más pavoroso que una enfermedad: la muerte. La compasión ha movido a numerosos desarrolladores a visitar fanáticos en estado terminal. Otros han ido más lejos. Tal es el caso de Gearbox y Creative Assembly, estudios que han inmortalizado (la palabra es esperanzadora) la memoria de jugadores fallecidos. James Payne, por ejemplo, murió de cáncer en el hígado poco tiempo después de visitar a los desarrolladores de Total War: Rome II, quienes decidieron crear un personaje que se viera exactamente igual a él. Suponer una relación entre los videojuegos y la muerte es sencillo. Después de todo, ¿no son casi todos un simulacro de vida ilimitada? La inmortalidad de los protagonistas depende de nosotros. Hay un tema muy poco explorado en la poesía: los objetos y personas que están vedados de nuestra vida. Extendamos la idea a los juegos: si volteas la mirada a tu estante, seguramente verás un título que no volverás a disfrutar en tu vida. No te asustes. Nunca conocerás una parte inconcebiblemente grande del universo. Ignoramos cuál personaje no volveremos a controlar jamás. En sentido práctico, sin importar todas las vidas virtuales del mundo, los protagonistas de esos títulos están efectivamente muertos para nosotros: Mario es infinito sólo mientras gastemos tiempo de nuestra vida jugándolo.

Mi jugador favorito era Carboni
Mi jugador favorito era Carboni

¿Qué tienen que ver estos escenarios de terror con los videojuegos y las enfermedades? Para explicarlo, voy a hablar de una ficción de Jorge Luis Borges. Se llama El inmortal. En ella, el autor imagina lo que ocurriría con una estirpe de hombres que no pueden morir. El resultado no es la riqueza ni la sabiduría. Los inmortales, por el contrario, se asemejaban más a bestias que a humanos: tumbados en el piso, convalecían de su existencia ilimitada. ¿Por qué? En un contexto infinito, no vale la pena realizar ningún acto. No importa ser un criminal o un hombre de virtud, tarde o temprano, si tienes un plazo interminable, cualquier hombre será capaz de cometer las mayores atrocidades y, también, los mayores actos de nobleza. Adivinaron: el sufrimiento, la felicidad y la moralidad sólo tienen sentido gracias a la muerte.

Pienso con cariño el tiempo que pasé con mi hermano jugando Superstar Soccer 64. Un día habré de morir, pero ese momento, junto con muchos otros, justificará mi vida. Ignoro si estará repleta de virtud o de actos mezquinos. Tampoco sé si mi dicha será mayor que mi sufrimiento. Independientemente de mis creencias religiosas, poseo una certeza: el accidentado conjunto de mi existencia sólo tiene sentido porque es finito. De forma análoga, sé que sin mis enfermedades y desventuras, mi felicidad no tendría sentido: mi lectura de El señor de los anillos, mis horas de juego con Ocarina of Time, Animal Crossing: New Leaf, The Legend of Zelda: Ocarina of Time, todos los asociaré para siempre, con periodos oscuros de mi vida. Agradezco haber podido experimentarlos, pues han servido para puntuar épocas más felices. Los videojuegos, a fin de cuentas, no son meros productos desconectados de nuestras circunstancias. Son acompañantes fieles: mueren y existen con nosotros.

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