El futuro de Kickstarter

Una apuesta por la incertidumbre


Promesas inconclusas

Supongamos que futuros entusiastas aprenden de errores ajenos y estructuran mejor su curso a seguir. Aún así, permanece lo que llamaremos el efecto Peter Molyneux, esa tendencia que el creador de Fable tiene para envolvernos con fabulosas promesas, y que al final nunca logra cumplir. Durante años, el británico prometió que su franquicia nos sumergiría en una experiencia RPG como ninguna otra, en la que cada decisión alteraría el curso de la historia, afectando significativamente el mundo. La realidad es que esto no sucedió por numerosos factores que se sumaron a la falta de visión del desarrollador al ejecutar el concepto o por el simple hecho de que su juego de ensueño era técnicamente imposible de llevar a cabo en los dos años que toma la realización de una propuesta AAA.

Así, la misma tendencia que afectó a este veterano de soñar sin tomar en cuenta la factibilidad, el tiempo o el presupuesto, puede darse por igual en un novato o un creador de mediana experiencia. Sin arrebatar crédito a innumerables personas que buscan cumplir el sueño de convertirse en desarrolladores, sabemos que Tim Schafer tiene el talento –y el personal– para otorgar resultados, al igual que Brian Fargo. Cabría preguntarse si lo mismo será válido para los 314 proyectos actuales en Kickstarter; además, si un distribuidor como LucasArts pudo cancelar Star Wars: Battlefront 3 pese a estar casi finalizado, los donadores no tienen la certeza de que el juego por el que apuestan vea la luz del día.

Se dice que en Kickstarter no existe presión creativa a causa de dinero, pero de no cumplir las expectativas del donador, la próxima propuesta de un estudio no tendría financiamiento
Se dice que en Kickstarter no existe presión creativa a causa de dinero, pero de no cumplir las expectativas del donador, la próxima propuesta de un estudio no tendría financiamiento

En opinión de Ian Bogost, analista teórico de la industria y reconocido ludólogo, la dinámica de financiamiento colectivo o “la alcancía de los gamers” como le acuñamos aquí, se construye sobre supuestos que usualmente se convierten en fantasías. “Cuando estás donando para algo como OUYA, en realidad no estás comprando por adelantado una consola en desarrollo, simplemente adquieres la oportunidad de expresar tu fanatismo, de apoyar un producto hipotético que no se ha materializado. El hecho de que este novel proyecto de consola reuniera una suma tan monumental de dinero en tan poco tiempo, habla más de nuestras fantasías que de la realidad del mercado. No importa si OUYA revoluciona al mundo, cuando el sólo placer de participar en esa supuesta revolución ya recompensó la inversión.” Así las cosas, la postura de este filósofo del pixel establece que pagamos por una idea, no por el producto en sí mismo, y en todo caso si se vuelve una realidad, el beneficio ya no es tan estimulante como cuando se planteó por primera vez el proyecto.

El fin de la distribución tradicional

Desde luego, con la prominencia de Kickstarter y otros métodos de autofinanciamiento corren rumores y hay expertos que pronostican la eventual desaparición de los distribuidores; entretanto, la oposición argumenta que la estructura sobre la que ha funcionado la industria durante casi 40 años jamás se quebrantará. La verdad, de acuerdo con el inversionista Steve Dengler, se encuentra en el medio. Este hombre, que durante años ha impulsado toda clase de propuestas, fue clave en la manutención de Double Fine durante muchos años, auspiciando varios de sus trabajos en últimas fechas. Con su amplia experiencia, Dengler dice que en términos de inversión, Kickstarter apenas está en la base de una kilométrica montaña, y para llegar al punto en que se maneja la industria establecida, tendrían que transcurrir al menos 15 años, eso en caso de que la iniciativa crezca a ritmo saludable. “$3.3 millones es una suma fascinante, pero en la perspectiva global, no es suficiente para hacer un juego de gran producción, puedes hacer un buen juego, sólo no al nivel de los títulos más taquilleros.” La referencia a esta situación se dio una vez más con el ejemplo de Tim Schafer, que en su intento por revivir Psychonauts en una secuela, necesitaba al menos $15 millones de dólares, una cifra que sólo podría ceder un gran distribuidor.

Para todas las virtudes de Kickstarter, y aún ya conscientes de que podría no ser la solución a las dificultades de la industria, la libertad de su esquema puede ser una posible maldición para los donadores que de buena fe aportan su dinero. Por un lado está el hecho de que los corporativos comienzan a mirar las plataformas de donación para medir la popularidad de una franquicia, si hay reacciones positivas, la convierten en una propuesta formal para lanzar bajo la distribución tradicional; de no tener éxito, simplemente tratan de evitar conceptos similares, con la ventaja de que el riesgo fue mínimo. De forma paralela, queda el hecho de que no todo los autores son gente de fiar, y ya se dio el primer caso fraudulento de un juego que jamás se materializaría. Y para ejemplificar el problema, los editores de Penny Arcade atendieron a publicar su propio proyecto, en el que solicitan el apoyo para eliminar publicidad de sus sitios, una ironía cuando se trata de una compañía formal que trabaja de manera autosuficiente; tal vez la intención es seria, pero si apelamos a su humor ácido, bien podría ser una sátira que ejemplifique las posibles negativas de Kickstarter.

El entusiasmo de un autor no implica una propuesta inherentemente buena; ya nos han defraudado los grandes distribuidores y existe la misma posibilidad con los juegos financiados por fans

Estamos atravesando un periodo de entusiasmo en torno a Kickstarter y sus homólogos, similar a los primeros días del enamoramiento, y del mismo modo, todos los proyectos lucen maravillosos sin importar los riesgos; se ignoran las desventajas porque en el nombre del amor, los beneficios siempre serán mejores. Para efecto práctico, las propuestas célebres de esta plataforma de donación apenas toman forma, y tendrá que pasar al menos un año para que veamos su evolución. Algunos, como dictan las probabilidades, tropezarán y fracasarán, en tanto otros posiblemente mantengan la ilusión de que esta iniciativa podría servir como alternativa para todo estudio independiente. Lo importante es que, como todo sistema, debe madurar, mejorar su oferta e implementar seguros para evitar los abusos, en pos de convertirse en una plataforma acorde a las expectativas. Al final, aunque los indicios del futuro comienzan a esclarecerse, seguirá siendo una apuesta por la incertidumbre.

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