[p]Tal y como ocurrió con la serie de comerciales para Call of Duty: Black Ops, la más reciente campaña mercadológica de Modern Warfare 3 (The Vet and The N00b), protagonizada por Jonah Hill y Sam Worthington, se encuentra en la mira de la opinión pública otra vez. El autor, columnista y veterano de la guerra de Afganistán, David Brown (mejor conocido bajo el pseudónimo de D.B. Grady), dedicó algunos párrafos en el portal The Atlantic, a atacar su trivialización de la guerra.
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Tras diez años de guerra constante, de miles de amputados y ataúdes cubiertos con banderas, de cientos de comunidades profundamente apenadas, a nadie en este comercial se le ocurrió decir: oigan, quizás esto es un poco estúpido. Quizá deberíamos poner sólo imágenes del juego, señaló Brown con indignación.
Para el redactor, no se trata de atacar a los juegos de guerra, sino de replantear la forma en la que se les promociona, sobre todo cuando el costo de la rehabilitación mental y física de los veteranos es cada vez más grande. ¿Realmente es el mejor momento para venderle al país lo divertido que es todo este asunto (de la guerra)? (Y aquí me refiero al excitado clamor de un supuesto soldado en el comercial mientras dispara un lanzagranadas a un combatiente fuera de pantalla. La guerra es genial, ¿lo ven? Es como Disneyland) ejemplificó.
No es la primera vez que surgen comentarios de esta naturaleza en torno a Call of Duty, pero aquí el detalle sería hacerle ver a Brown que el de los videojuegos es sólo un ejemplo más de la filosofía que reina en la industria del entretenimiento norteamericana, donde no sólo los videojuegos, sino también cine y televisión han hecho y siguen haciendo circo de lo que para muchos en su propio país es un asunto de profunda consternación y angustia, al tener a padres, hermanos e hijos en el frente de batalla. Independientemente de ello, existe poco argumento para defender un hecho innegable y menos aún cuando no se ha estado en la guerra real.
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