La evolución de The Legend of Zelda

Crónica de una saga épica


Érase una vez…

Toda leyenda tiene un comienzo y la de Zelda fue concebido por la mente prodigiosa de Shigeru Miyamoto, cuando apenas estaba en años de soñadora niñez; la célebre anécdota, que seguro muchos conocen, cuenta que el eminente desarrollador se inspiró en los días que salía a explorar los valles de su natal Kyoto –en Japón–, armado sólo con una linterna e imperante deseo de aventura. La emoción por lanzarse a lo desconocido lo llevó a adentrarse con valentía en las fauces de una escabrosa caverna, por el puro afán de descubrir los secretos en el interior. En su ascenso al salón de la fama como uno de los desarrolladores más icónicos de la industria, el creador de Mario siempre tuvo presente ese sentimiento y en la primera oportunidad trató de transmitirlo al mundo.

Fue así como en 1987 se lanzó The Legend of Zelda, un título que estimulaba el espíritu aventurero como casi ningún otro de su época, pues te arrojaba a una tierra extraña en la que ningún indicio ni guía dictaba el camino a seguir, al grado de carecer de espada para defenderte si pasabas por alto la cueva al inicio del juego. Pero era raro que alguien abandonara la curiosidad de acercarse a ese llamativo y pixelado cuadro negro entre un paraje de colores, y justo como el autor de la obra lo tenía planeado, nos hacía partícipes de la aventura que había experimentado décadas atrás.

Aunque el juego que dio pie a la saga es limitado en comparación con Ocarina of Time o Skyward Sword, dejó como legado una elaborada plantilla que se utilizaría con fidelidad el resto de la saga
Aunque el juego que dio pie a la saga es limitado en comparación con Ocarina of Time o Skyward Sword, dejó como legado una elaborada plantilla que se utilizaría con fidelidad el resto de la saga

A partir de entonces comenzó una travesía entre escenarios de fantasía y tenebrosas mazmorras en pos de explorar un extenso mundo atestado de secretos, peligros y sorpresas, sin limitantes de guión o murallas que te detuvieran, sólo una frontera invisible a tu imaginación, justo como el mejor de los cuentos de hadas.

Madurez sin abandono de inocencia

Con el paso de los años y tras cada entrega, se implementaron nuevas características al sistema de juego, mientras el planteamiento se fue envolviendo en una narrativa de mayor complejidad y a efectos de interés, más cautivadora. El héroe en pixeles que comenzó con una identidad genérica adquirió personalidad y propósito, en tanto el perfil de damisela en peligro se nutrió de elementos para convertirse en un protagonista enigmático, cuyos secretos se han revelado paulatinamente a modo de piezas de rompecabezas para tomar forma con cada título de la serie. Y es que aún si difícilmente abandona los clichés del género de fantasía, así como los de su propia esencia, al final el mito ha cambiado de rostro una y otra vez; no importa si siempre va del clásico caballero negro y sus legiones de monstruos –o bichos, según sea el caso– intentando sumergir en el caos a un apacible reino hasta el místico aparato de poder tangible con imagen de Trifuerza, o intocable al igual que el valor de un caballero en armadura entintada de esmeralda, el concepto siempre queda sujeto a una encantadora metamorfosis. A ojos de alguien ajeno parece imperturbable y hasta repetitivo, cuando la realidad es que desde el génesis de esta odisea se ha apostado por una constante renovación, fuerza transformadora que sin abandonar la fórmula inyecte frescura en ejecución e imagen.

Durante su recorrido, The Legend of Zelda ha tenido pasajes oscuros en forma de juegos de poca aceptación por los fans, pero que irrevocablemente destilaron genialidad en su diseño, como Link's Adventure y Majora's Mask
Durante su recorrido, The Legend of Zelda ha tenido pasajes oscuros en forma de juegos de poca aceptación por los fans, pero que irrevocablemente destilaron genialidad en su diseño, como Link's Adventure y Majora's Mask

Para ejemplo basta mirar a Link’s Adventure, la segunda aventura del héroe de Hyrule en la que se cambiaron prácticamente todos los convencionalismos; está lejos de ser la favorita de muchos, y sin embargo demostró que entre las principales virtudes de The Legend of Zelda está su disposición a experimentar. Tal filosofía ha teñido el lanzamiento de cada nuevo exponente, resultando en mayor fanatismo de algunos seguidores o una intención detractora en otros, pero siempre causando emociones intensas y acaloradas discusiones. Polémica aparte, y a reserva de ciertos proyectos que se escapan al canon de la franquicia, cada título ha sido crucial en la evolución, todos heredando a los siguientes una dosis de ideas e identidad. No es casualidad que a pesar de transcurridos 25 años desde el inicio de su épica trayectoria, La leyenda de Zelda continúe atrayendo fanáticos, en tanto cada juego nuevo se considere –en términos generales– superior a los antecesores; es un fenómeno que irónicamente para una industria caracterizada por su incesante fluidez, atañe a muy pocas propiedades intelectuales y al contrario, un alto número de ellas están condenadas a extinguir su creatividad a pocos años de creadas.

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