Filosofando con Kratos

Schutze está de vacaciones en el Olimpo


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En la vida hay
momentos que definen el camino que tomará tu existencia, seguramente estarán llenos de sangre, lágrimas, pesadillas y gritos que te perseguirán por
toda la eternidad, pero ese es el precio que pagamos por vivir en este mundo,
por sentir el sudor de una mujer sobre la piel, por participar en el calor de
la batalla que incendia nuestras venas y nos obliga a sonreír mientras nos bañamos
en la sangre de nuestros enemigos; ese es el precio, uno bastante
alto.

 

 

 

 


El nacimiento
de un dios

Desde que tengo
memoria, la fuerza es lo único que ha importado, incluso mi nombre lo representa;
de haber nacido como mi hermano, débil e indigno de servir a Esparta, habría
muerto como él en una montaña. A mí, en cambio, se me reconoció rápidamente y
obtuve el liderazgo sobre un grupo de cincuenta hombres, que pronto llegó a
mil.

 


Las batallas se
intensificaron a pasos agigantados mientras mi ejército conseguía victorias
cada vez más sangrientas, al igual que mis tácticas y temperamento; todos me
temían, excepto dos hermosas damas, mi esposa y mi hija Calíope. Mi mujer fue
la única que me habló como debía hacerlo, sin rodeos y directamente,
sabía en qué me estaba convirtiendo.

 


Entonces llegó
el día en que mi armada encontró un rival digno, incluso superior, los bárbaros
del este probaron ser mejores, y mientras me encontraba derrotado sobre los
cadáveres de mi ejército, cometí un gran error, imploré a Ares que derrotara a
mis enemigos a cambio de mi vida. En segundos, su poderosa y traicionera
figura apareció y me dio el poder que haría virtualmente invencible
a mi ejército, tenía un par de armas encadenadas a mis brazos, como un pesado y
sangriento grillete.

 

Engaño

Con este nuevo
poder otorgado por el dios de la guerra, los combates se convirtieron en
masacre y la sangre nubló mi visión y juicio, lo que me condujo a cometer un
acto que me acecharía en sueños por el resto de la eternidad: mi esposa y mi
hija fueron asesinadas por mis propias manos, a causa de un engaño de Ares. Desde
ese momento lo maldije y prometí vengar la muerte de los únicos seres que
realmente me importaban. Mi piel fue maldecida y también las cenizas de mi
amada familia; así, este pálido color no me permitiría olvidar lo que había
hecho, debido a esta maldición se me conoce como el fantasma de Esparta.

 


En ese momento
lo único que quería era eliminar las pesadillas que me atormentaban, los dioses
prometieron perdonar mis acciones si les servía fielmente, y lo hice por más de
diez malditos años, durante los que destrocé monstruos y asesiné a un rey persa,
todo en el nombre de las deidades. A cambio de mi lealtad no obtuve la menor
muestra de gratitud, mis amos me privaron del poder que había ganado. Existe un
punto en el que un hombre se da cuenta de que sólo está siendo manipulado y las
promesas vacías de aliviar dolores antiguos empiezan a alejarse, la suma de
situaciones que sucedían provocaban que me acercara más a ese punto.

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